Hacía unos cuantos días que no conseguía este estado de sosiego. Será el día, las horas, el acompañamiento musical, la sensibilidad a flor de piel, todas esas pequeñas cosas que me satisfacen…
Tal vez, no lo sé.
Lo cierto es que me estaba concediendo hace unos instantes incluso el lujo de pensar. Pensar en el sentido más profundo de la palabra. No esos pensamientos mecánicos que fluyen a lo largo del día respecto a obligaciones y sucesos cotidianos (o no tanto). Pensar respecto a este sentimiento de calma que me embriaga ahora mismo y al camino, largo y duro aunque haya sido a tientas y escondidas, que he tenido que obligarme a recorrer en ocasiones. En otras me han empujado, ¿por qué no reconocerlo? He tenido la fortuna de que haya gente que me conoce , me quiere y ha sabido darme una buena patada en el culo o cogerme de la mano para enfilarme por la senda que probablemente necesitaba. Como bien debatía un día con una de mis serendipias particulares, el mérito y las decisiones finales son siempre mías. Pero no siempre he sabido que dirección escoger o he estado tan bloqueada que no veía más allá del maldito muro con el que me daba cabezazos presa de la desesperación. El trabajo de campo es personal pero hay ayudas externas nada desdeñables que si bien no facilitan el camino probablemente si que lo acorten. Mi agradecimiento a aquellos que supieron empujarme o cogerme de la mano. Incluso a los que no supieron hacerlo bien pero lo intentaron solo porque pensaron que era lo mejor para mí.
Considero que siguen faltando cosas en mi vida. Creo que hay metas que aun tardaré en alcanzar y no estoy ni de lejos en el punto en el que me gustaría estar. Siempre anhelamos lo óptimo pero a veces es imposible. Pienso que aun tengo mucho trabajo y mucho camino hasta encontrar lo que nos gusta denominar como «mi sitio». Probablemente parte del problema sea que no tengo claro que quiero. Pero sí sé con certeza que es lo que no quiero. Y con esa parte he avanzado mucho. Hasta hace poco podría decirse que no sabía nada. Sé que no será sencillo. Si somos sinceros, casi nada lo es cuando van pasando los años.
Pero llegan momentos como este y aunque aun estoy lejos de la plenitud que quisiera sentir, me siento tranquila. Poco debo, poco exijo y nada espero. Las tormentas ya no me asustan ni me atenazan el pecho. Los truenos no me cortan la respiración y los problemas no me quitan el sueño. Mi cuerpo ya no va por delante de mi cabeza, mi cabeza ya no puede correr más que los pensamientos, mis pensamientos no pueden anticiparse a la vida. No me importa la velocidad del tiempo, ni la oscuridad de la noche. No tiemblo arropada por las frías sábanas, no lloro cuando me abraza por la espalda el silencio. Ya no intento ahuyentar a la soledad a cualquier precio ni busco engañar a mi [sub]consciente.
Me limito a ser, a estar, a vivir, a disfrutar de lo que pueda y a intentar sufrir lo menos posible cuando toca. Intento acostarme y levantarme con este sosiego y esa sonrisa serena que pocas cosas y personas logran ya que se tambalee. Hay quien se permitió un día la licencia de decirme que era una persona fría y distante. Tampoco creo que sea cierto. No del todo, al menos. Creo que sí hay una parte de mí, más fría, mas cabal, menos dispuesta a dejarse llevar por esa locura juvenil y pasional, por esos impulsos de auto-re-afirmación personal. Ya no necesito demostrar[me] nada a nadie.
Hemos subido otro escalón…
Seguimos leyendo…